unas cuantas canciones de libertad... Pui Pui
Dicen que lo bueno se hace esperar, que la luz esta final del camino y todas estas cosas se fueron haciendo verdad el día que tomamos carretera a Pui Pui que era interminable, porque después de seis horas andando todavía no llegábamos, ya nos estábamos desesperando cuando empezamos a atravesar la montaña.
Unas poquísimas casas muy humildes, perros con caras de cerdo o cerdos con caras de perro, todavía no sé que eran, ese último trayecto de tierra y los mejores amigos de la historia montados en una camioneta fiel que nos había llevado a todos los confines del país. Al finalizar el caminito de tierra y pasar el caserío la montaña se abrió en dos y un espectáculo de arena arcillosa, sol radiante y bahía con palmeras se desplegó antes nuestra cansada pero maravillada vista.
Juro que en mi vida había visto algo así y soy una enamorada y fanática de las playas, la costa y del olor del mar, pero esto era sin mas una película bien hecha, una maravilla de las no descritas por Antípatro, una arena compacta y rojiza, unas olas movidas perfectas para quien practica surf, una vegetación espesa heredada de la montaña, un puesto donde vendían cocos fríos, unos troncos apostados en la orilla del mar consecuencia de la temporada de lluvias y lo mejor... aislados del mundo porque no había señal de telefonía móvil.
Al llegar y bajar las cosas de la camioneta, los chicos armaron la carpa y enseguida vimos caer la luz del día con un atardecer colorido lleno de matices que sólo le hizo alfombra a una noche de luna llena que muy egoístamente no dejó que se vieran las estrellas ante tanto fulgor. Había una hilera de carpas por toda la línea de la costa y los olores de las diferentes comidas despertaron el apetito, comimos y caímos rendidos ante la luna, el cansancio y la entonación de una guitarra que a la orilla del mar evocaba las Canciones de Libertad de Bob Marley.
Al amanecer, despertados por las guacharacas locales no hicieron falta gallos, nos levantamos nos lavamos y nos quedamos ahí agradeciendo el momento del milagro de vida que estábamos presenciando. Luego, un día de playa, cocos, sándwiches en la arena, juegos de raquetas, el surf de Ronny, el reggae de Igor, el sol de Jorge, el mar de Johana. Así transcurrió el día hasta que al final de la tarde debíamos empacar para volver a otras realidades y un montón de horas de camino.
Volvimos a pasar por la montaña, por el caserío y los perros con cara de cerdo o viceversa, paramos a comer empanadas en un pueblito hermoso llamado Río Caribe que nos resultó especial, la gente fue tan amable, tan dulce que quisimos quedarnos ahí en vez de seguir las seis horas de camino que teníamos en el futuro inmediato. Pasajeros comidos y contentos, continuamos la ruta hasta Puerto la Cruz guiados por la playa a la derecha del camino y la luna reflejándose en el agua, cantando, añorando una ducha de agua corriente que nos quitara el salitre y recordando Pui Pui como uno de los viajes emblemáticos de un grupo de amigos que permaneceremos amigos siempre
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