Autana... El Árbol de la Vida
Y
dijo el dios Wahari que los hombres no debían trabajar, todo lo que
necesitaban para vivir, lo encontrarían
en el Wahari-kuawai, el Árbol de la Vida.
Y
se hizo entonces el silencio, que sólo fue interrumpido por los
latidos del corazón acelerado repicando en la cabeza, el calor
abrumaba y la humedad casi asfixiaba, la mirada dirigida al suelo
sólo permitía ver el verde del césped que pisaban los zapatos.
Levanté la vista y se me erizó la piel, mis sentidos chocaron
contra ellos mismos, no hay forma de explicar, aun describiendo lo
que veía, lo que sentí. Tenía frente a mi al Cerro Autana, un
tepuy, una de esas montañas cuya cima es aplanada, rodeado por esa
vegetación espesa propia de la selva, el Árbol de la Vida o Wahari
Kuawai, el lugar sagrado que, según cuenta la leyenda es el
proveedor de frutos para toda los seres vivos que habiten en esa
región.
Los
Piaroas, la etnia local que habita en todo el Amazonas venezolano,
anuncian desde el inicio de la travesía que hay un límite para
acceder al territorio Autana, no es posible para ellos llegar hasta
la cima, ni siquiera a las cercanías porque es tierra bendita, está
custodiada por los dioses y no es correcto hacerlos molestar y
condenar a los habitantes al hambre si se traspasan esas fronteras.
Una
vez en el Estado Amazonas, hay que tomar una embarcación en el
puerto selvático de Samariapo, navegar un trayecto del Río Orinoco,
ese extenso y robusto afluente del Río Amazonas, y cargar
provisiones en varias de las aldeas a lo largo de la orilla. Este
viaje puede durar ocho horas hasta el campamento base, que se sitúa
en un lugar conocido como el cruce de los ríos, donde se encuentran
las aguas del Orinoco y el Sipapo, en esta travesía se siente el
cambio de clima, se observa el cambio del color del agua, el verde se
hace mas puro, los árboles son mas altos, la humedad se intensifica,
la hermosura trasciende a un nivel indescriptible, se palpa la
naturaleza en su génesis donde nada ha sido tocado o modificado mas
que por la mano de la misma evolución de la tierra, la madera es
milenaria, la fauna es especial, los mosquitos pican y hacen fiesta
con la sangre nueva. El cambio de aguas trae consigo una experiencia
de colores bastante particular, el fondo del Sipapo es oscuro,
misterioso, parece que tuviera una historia muy antigua que contar,
esas rocas son el producto de una fusión de calores y fríos que a
través de los años se han amalgamado de tal forma que componen un
fondo casi negro, parte de la genética mas antigua del planeta.
Hay
alrededor de seis o siete leyendas que circundan estas tierras
mágicas, una que cuenta que un tiempo de escasez, hace muchos años,
los dioses le pidieron a una ardilla, un tucán y un pájaro
carpintero que cortaran el Árbol de la Vida para poder alimentar a
todos los habitantes de esas tierras, porque a lo largo del tronco
había frutos divinos e interminables y proveería comida a todos los
habitantes de la tierra, cuando el árbol cayó quedó la base y las
raíces que es lo hoy conocemos como Cerro Autana. También cuentan
en otra leyenda, que el árbol de la vida es el que surte de comida a
toda la región y debe trabajar solo, no esta permitido pasar sus
umbrales porque las raíces se corrompen y el árbol deja de dar
frutos. También dicen los Piaroas, que hay que ser de corazón puro
para poder alimentarse de los frutos del Árbol de la Vida. Una de
las historias que involucran esta montana sagrada con forma de tronco
cortado de árbol, es que hay muchos árboles de ese tipo esparcidos
por el mundo porque quedaron distribuidos por la tierra cuando se
separó el pangea, y están en todas partes para surtir de alimentos
a todos aquellos que necesiten servirse.
Al
pasar la noche en ese campamento a orillas del Rio Sipapo, se abre un
escenario lleno de fantasía donde el cielo regala su mejor techo
estrellado, es dormir arrullado por el cinturón de Orión, es
escuchar el correr del río y sentirse flotar en el medio de una
espesa vegetación milenaria que contiene una historia fantástica
grabada en el tiempo y en la sabiduría de los pueblos que ahí
habitan. Ver el despuntar del día ante la expectativa de conocer el
Autana fue aún más maravilloso. El sol intentaba pintar de naranja
la copa de los arboles, iluminaba sutilmente las aguas del río y
dejaba ver la pureza del recurso a pesar de su oscuro suelo. Había
que embarcarse de nuevo antes de que el sol estuviera en lo más alto
y hacer nuevamente cambio de ríos entre el Sipapo y el Autana,
llegar al lugar donde esta ubicado el mirador natural, subir la
cuesta y ver por primera vez, al fin, la silueta del Autana, la
figura del tronco cortado del que habla la leyenda, el Árbol de la
Vida.
Al
desembarcar hay que subir una colina, cuyo trayecto puede llevar una
hora, pleno encuentro con la tierra milenaria de esa parte del país,
una caminata llena de calor, de colores amarillentos, naranjas y
verdes, unos pasos dados con emoción, con expectación, con
cansancio, con apuro y al final, en esa cima, ese limite impuesto por
los Piaroas, ese mirador natural que alberga a miles de viajeros y
los ayuda a ajustar las pupilas ante algo, que ademas de ser un
milagro natural generador de vida es uno de los espacios más
sublimes, adorables, hermosos que haya visto alguien en su historia.
Es la consolidación de que la naturaleza es perfecta, sabia y
hermosa.
Es
una montaña sagrada, un lugar mágico lleno de sabiduría, que
infunde respeto y admiración. Desde el punto de observación se ve
una alfombra, un camino de millones de árboles que custodian
celosamente el tronco cortado, el coloso Autana, es una espectacular
visión vegetal que permite imaginarse mil historias a la vez, una
flora que dice que no ha cambiado en los últimos setenta mil
millones de años, unas rocas que han visto pasar lluvias, ciclones,
dinosaurios, la evolución de los seres vivos que han habitado la
tierra y grita que la más peligrosa, la mas irrespetuosa, la menos
preparada para aceptar las maravillas de la naturaleza, es el hombre.
Los Piaroas lo cuentan con preocupación, ellos no permiten que bajo
sus cuidados y guías los viajeros se acerquen a la montaña, pero
hay investigadores, curiosos y deportistas extremos, sin dejar por
fuera a los ambiciosos que desean llevarse cuarzo de las cuevas
interiores de la montaña, que no sólo irrespetan el sentido sagrado
de la montaña, sino que han contribuido con la destrucción de un
ecosistema rico y endémico.
Es
más que una experiencia de estar de pie allí, teniendo en frente la
magnifica pintura en tercera dimensión, hecha a capricho por la mano
de una naturaleza sin límites que lanzó pinceladas en todos los
tonos de verde que puedan existir, las perfectas lineas definidas en
su irregularidad de la silueta de la montaña, las leyendas que
alberga, la devoción de los Piaroas, el respeto que infunde y la
conciencia que se crea de proteger, no dañar, cuidar y adorar este
tesoro natural que se manifiesta tan enérgicamente y que alimenta,
tomando a cabalidad las leyendas, a todos los hombres de corazón
puro.
Una
vez que los latidos del corazón se acompasaron, que los ojos se
acostumbraron a la luz, al resplandor de las copas de los árboles, a
la variedad de verdes, a la vibra única de ese lugar que embruja, el
silencio se hizo dueño del espacio en el que sólo había lugar para
la contemplación y para agradecer poder presenciar a la montaña
sagrada, al Autana.
Johana Milá de la Roca C.
Fotos cortesía de David Veracierta
Sólida esa historia, sólido ese viaje....
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