El arte de viajar


Cuando me preguntan si lo hago a propósito digo que no, pero creo que ya es parte de mi inconsciente. El cielo debe estar estrellado y debo ver los aviones volando en ese espacio aéreo en la ciudad donde esté viviendo. Es un mecanismo de abstracción, es una magia que transporta, es una forma de llegar a cualquier lugar en un instante.

Siempre he pensado que me desplazo porque estoy buscando mi lugar en el mundo, pero es una visión bastante egoísta. Me desplazo porque me gusta la gente, porque quiero beber mundo, porque quiero saber que comen, como viven, que les parece el color del mar y que piensan del cielo fundido en la línea del horizonte justo en el atardecer cuando se pinta de esos enigmáticos colores que no se consiguen en las paletas de los mas experimentados pintores. 

Leer El Principito es bueno para esas mentes que viajan, porque es fácil soñar con atrapar un cometa y llegar al lugar que el pensamiento manifieste. Me imagino un balcón blanco y el mar en frente maravillándome con el sonido de las olas, que después de leer Cada siete olas las cuento. Me veo caminando por Bologna con una copa de vino en la mano como recomienda Josep Pla y recorriendo la ruta Maya que narra Joan Serra en Ja’ab.

Para mi viajar es un vicio, es una adicción, es la adrenalina que necesito para que la historia tenga sentido, me recordaba una amiga que dije hace años algo como: “yo trabajo para viajar” y es verdad, es el motor que me lleva a la rutina para una o dos veces al año romperla interactuando con gente que probablemente nunca mas veré pero que cumplieron su misión en mi vida de hacerme sonreír o enojarme, de hacerme degustar los mas ricos platos o de invitarme a compartir parte de su sabiduría.

Al hablar de desplazamientos pienso en el desierto, en los camellos, en los secretos guardados en la arena, en los miles de pasos que han recorrido esos lugares que no dejan a los viajeros marcar sus huellas, pienso en la selva llena de una fauna tan abundante como desconocida, en la altura de esos arboles y en la vegetación espesa, pienso en los indígenas diciendo que pidamos permiso para pisar y que hablemos en voz baja para no llamar la lluvia. Pienso en el picante hecho de rabo de hormiga y en la alegría de los ojos de los niños que hacen de las piedras y las raíces de los arboles un campo de juegos lleno de magia y esplendor.

Estar en un espacio aéreo concurrido es fantástico, es volar con las luces del avión a donde sea que se dirija, es irse detrás de un sueño cualquiera que sea, es pensar que hay miles de personas que se encontraran e intercambiaran culturas y conocimientos, es estar por un rato mas cerca de las estrellas. Viajar conduce a crecer, a ensanchar el espíritu. Viajar es ser libre y disfrutar de la libertad. 

Johana Milá de la Roca C.

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