... y es que yo quiero tanto a Mi Caracas


La capital venezolana, vista desde fuera se presenta como una masa caótica de tráfico, motorizados, bipartidismo político. Se funden los tiempos de los caraqueños, ensimismados en su individualismo colectivo entre el metro, la vista al majestuoso Ávila, el ruido de las construcciones, los vendedores ambulantes. Las montañas que rodean el valle pueden estar llenas de casas humildes, localmente llamadas ranchos o pueden estar llenas de las casas más hermosas y espaciosas.
Es una ciudad picada imaginariamente en dos en todos los aspectos. Geográficamente, la mitad esta en Plaza Venezuela con su fuente recién reinaugurada con las luces y la música que hacen querer que sea un lugar más seguro para disfrutarlo más. Socialmente, dividida entre pobres y ricos. Políticamente entre chavistas y oposición, pero la verdad es que a pesar de la bipolaridad coyuntural, Caracas es una ciudad deliciosa, cuyo clima hace parecer que todo siempre va a salir bien, con una vibra divina.


Lo mejor que tiene es el cerro El Ávila, su montaña más emblemática, pulmón vegetal, referencial de direcciones, inspiración de pintores y cantautores y la vista más hermosa que ofrece la ciudad. Es la montana que separa a Caracas de la costa, la que ofrece araguaneyes amarillos en mayo. Parece que tuviera un mecanismo automático de abstracción una vez que se llega, hay cascadas, riachuelos, pozos, largas caminatas, vegetación hermosa, es el que trae el “pacheco”  y una cruz que se ilumina en diciembre, un teleférico, un hotel que no esta funcionamiento y Galipán, el único pueblo habitado del Parque Nacional.

Para los habitantes de la ciudad, El Ávila es la vista necesaria cada mañana para poder arrancar el día, es el oxigeno que se respira todos los días, es el encuentro con la paz que tanto se anhela por esos lados. Es literalmente el norte, la frontera que lo separa del mar, es la maravilla natural regalo de la Madre Tierra que disocia el caos y genera sonrisas; como le cantó Ilan: “vas regalándole al día carga de buena energía; vas haciendo mas humano mi sentir y mi cantar”

La idea de subir la montaña y ver el mar al otro lado es una de las cosas que mas me gusta del Ávila, o Guaraira Repano, como ha sido renombrado recientemente. La abstracción que genera estar en el  punto medio entre la ciudad y el mar, la hermosa vista, el silencio, la paz. La sensación es de estar fuera de los puntos observándolos de lejos, es de mero espectador. Es llamada por los caraqueños “la mayor bendición que tiene la ciudad” y no puede ser mas acertado, es un espacio bendecido, son kilómetros de naturaleza en su mejor estado, de tierra viva. Y Caracas a sus pies.

Contar con el cerro el Ávila es una energía generadora de vida, es saber que hay esperanza. Es testigo a diario de los atropellos de una capital convulsionada y aun así esta ahí, fiel y hermoso, brillando y sonriendo para todos los que deseen darse cuenta de que esta ahí. Caracas lo agradece.

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