Bariloche


Desde el inicio, ese viaje a Argentina estuvo marcado por eventos tan diversos como fantásticos. El aeropuerto de Bariloche estaba cerrado y aterricé en Esquel, un pequeñísimo y lindo pueblo de la Patagonia a cuatro horas de viaje en bus de mi destino final.

Me tocó sentarme en el primer puesto del segundo piso del bus, fantástico spot. Tuve vista privilegiada del camino, la carretera, las montanas, el cielo, los picos nevados que nos acompañaron hasta la entrada a  Bariloche donde, aun ahora cuando pienso en la llegada a la ciudad, me emociono. 

Las casitas de madera alineadas justo frente al lago Gutiérrez que le sirve de espejo al circuito montañoso y muestra esa degrades de marrón en la montana y de azul en el agua, los caminos empedrados y al fondo de ese cuadro mas picos nevados. Es un espectáculo, una pintura de Camille Corot pero con más realismo,
es vitalidad natural pura magnificada por la altura de las montañas, por el color de la nieve, por los glaciares, por el azul de los lagos, por el olor natural. 

Bariloche se presentó hermosa y floreada en la entrada de la primavera, pero es una ciudad adecuada al invierno, esta construida, diseñada y preparada para el frio. Sus típicas casas empedradas y un sol brillante y expectante abrieron el camino para poder ver el arte de las esculturas con madera, los trabajos que hacen con cuero. Para ellos el chocolate es un arte, así lo trabajan, así lo venden y así sabe, es una delicia.

Un día al centro, el otro al Circuito Chico, pero el día que mas me impacto la imponente naturaleza fue el día que viajamos al Parque Nacional Nahuel Huapi y dentro del parque visitamos el Cerro Tronador. Es un paraíso geológico lleno de montañas y glaciares, que al quebrase los bloques de hielo caen al Río Negro produciendo un ruido escalofriante, de ahí su nombre de tronador. Es un lugar mágico, es naturaleza en crudo, dicen los expertos que es un volcán activo y que comparte linderos con Chile. A mi, sencillamente me encantó. Es caminar en las eras geológicas, es retomar pisadas de años y años de historia de la tierra.

Hay arboles que datan de hace mil años, hay truchas desovando en el rio Negro, está la dueña de un local de comida en el parque que tiene cien años y vive con cuarto marido de sesenta y siete. Está la cascada Los Alerces, que le debe su nombre a esos árboles milenarios, donde hay un arcoíris casi permanente en el encuentro de las aguas, puentes de madera que cruje al caminar y a los pies del viajero un escenario lleno de montanas nevadas, agua clara y verde en todos sus tonos, que se rinde ante la sonrisa de quien pasa por ahí y se maravilla con tanta grandeza.

Es un lindo recuerdo, una ciudad que se refleja en sus lagos y se siente hermosa, unas montañas con historia, con nieve, con dulzura extendida en el aire, con olor a chocolate. Bariloche conecta los sentidos con lo natural, con los colores vivos de una pintura hecha a mano, con el olor a tierra húmeda. Es una sinergia entre ciudad y naturaleza tan fantástica, que las pupilas no se cansan de mirar a todos lados la intensidad de los colores, de exhalar olores y probar sabores de ese pedazo hermoso y bendito de la Patagonia argentina.

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