Caminando por Madrid


Unas ocho horas de vuelo, yo rendida en el avión sin mas remedio porque eran demasiadas horas para sólo mirar la tele o ver por la ventana la oscuridad profunda de una noche que iba mas rápido que nosotros, se nos adelantaban los relojes, pero el cuerpo acusaba cansancio. Mi mamá sin embargo no pudo dormir, no se si era la emoción o la cantidad de horas montada en el águila gigante de hierro que nos hacia cruzar el Atlántico tan valientemente.

 Con los ojos pegados y un escueto saludo de Feliz Navidad nos sellaron los pasaportes y salimos a la calle en el medio del frio vía el hotel, había mucho que hacer y solo una semana para recorrer los caminos españoles de Castilla, comer en toda su vibrante extensión, disfrutar de Gran Vía y Sol, de Cibeles y El Retiro, dejarse enamorar del Greco en El Prado, de pasear por La Castellana.

Ese primer día salimos a caminar con modestia, con tranquilidad, con ganas de disfrutar del clima, del olor, de los arboles sin hojas, de las calles y entre pasos llegamos al Parque El Retiro donde encantadas con el paisaje y la gente en bicicletas, nos encontramos con un árbol de navidad hecho con pelotas de gomas que flotaban en el aire, gente en patines, gente haciendo pic nic, dándole de comer a los patos de la laguna. Era todo un camino de tranquilidad necesitada que reconfortó el espíritu y la vista.

Salimos por la Puerta de Alcalá, la recorrimos, fuimos a ver el paso de la historia, los disparos en la estructura, nos tomamos las consabidas fotos, y seguimos el camino hacia Cibeles, donde nos quedamos un rato admirando esa oda a la naturaleza y a la femineidad. Cibeles transporta a ese escrito de Luciano Concheiro que habla de  “la tierra en su personificada maternidad”,  la diosa madre “la tierra que en su regazo abarca a los vivos y a los muertos: para nutrir a los primeros, para transformar a los segundos”. Así se percibe a esa hermosa demostración del poder de la naturaleza en un lugar donde históricamente la naturaleza no es prioridad, esos encuentros son muy valiosos.

Luego de esta vista de agua en el medio de Madrid continuamos camino a la Gran Vía a comer y a ver caer la tarde en el medio de esa urbe que vibraba en el medio de un frio delicioso que contrastaba con nuestras costumbres caribeñas de calor en navidad.

Entre caminar y explorar en el metro nos devolvimos al hotel, cansadas entre cambios de horarios y recorridos de reconocimiento de la ciudad, feliz de participar en esa primera vista de mi mama a España en la que disfrutó del clima, de las comidas, de los paisajes diferentes, del acento, de las compras, del Prado, de los trenes.

Así transcurrimos una semana, visitando Alcalá de Henares y la casa natal de Cervantes, fuimos a Segovia a ver el imponente acueducto romano que aún funciona, también paseamos por Sol y su convulsionado núcleo y por la hermosa Plaza Mayor que estaba de fiesta y feria por las fechas. A todo viajero que pase por Madrid, queda invitado a comer en el Museo del Jamón, a pasar por la asoleada Plaza Mayor, a respirar de un aire diferente, a pasar unos días llenos de cañitas y un excelente vino, a ver en vivo Las Majas de Goya en el Prado, a caminar plácidamente por La Castellana.

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