... Barcelona


“Nombrar una cosa es hacer que exista” decían los sacerdotes egipcios y es una frase que he llevado conmigo desde que la leí en aquel libro de cruzadas y templarios hace ya unos cuantos años.

 
Cuando me gradué en la universidad me preguntaron que quería hacer y yo decía que ya estaba trabajando, con aviones por su puesto, porque yo lo que deseaba era viajar por el mundo, quería internarme en la sabana con los pemones y saber qué comían y qué pensaban, o zambullirme en las calles de Tailandia paseando por el Sunday Market, incluso caminar por la China de las murallas y darme cuenta que quienes las mandaron a construir tenían las murallas en sus cabezas. Pero Barcelona me llamaba.


Siempre dije que me veía viviendo en Barcelona, porque había conocido la ciudad y quedé tan encantada con su energía, con su gente, con el azul del cielo, con los edificios, el arte, porque soy culé. Barcelona tiene color, tiene marca propia, tiene magia y ojala pudiera conseguir una palabra mas envolvente que magia para llegar a la descripción exacta de lo que percibo de esta urbe y de lo que siento por ella.


La veía en mi futuro, pero ¿cuándo es el futuro? ¿Por qué estaba lejos? En ese momento estaba muy pegada a mi trabajo, a una realidad adecuada a las necesidades sociales de ganar dinero, cumplir con mis proyectos de vida (que nunca terminé de entenderlos porque no era feliz) e ir aplazando sueños que se cumplirían “cuando correspondiera” porque “todo pasará cuando tenga que pasar”.


El día que di el paso, que solté las cadenas y derribé las murallas, nombré a Barcelona con mucha fuerza para que existiera en mi camino y todas las puertas comenzaron a abrirse, la Ciudad Condal me esperaba porque así tocaba, ese día el futuro se convirtió en presente para formar parte de mi entorno y así pasaba a  concretar uno de los sueños mas preciados que he tenido.


Barcelona conforma un reto diario, una sorpresa a cada instante, una vitalidad cotidiana, es energía en movimiento constante, es fusión y punto de encuentro de culturas incontables, es albergue de cuanto viajero decida sonreír y comer a gusto, es hogar de quien quiera convivir con esta urbe y experimentar esta maravilla por más tiempo.  Yo la amaré siempre por dejarme cumplir mi sueño.


El mayor placer es poderla caminar, ella orgullosa y elegante se deja admirar porque sabe que es hermosa, tiene garbo, tiene esencia y un Mediterráneo que la cuida como su niña mimada, su piedra preciosa, que se rinde ante su belleza y su carácter.

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