Pidiendo deseos a ver si se cumplen... en Montmartre


A mi me dijeron que había que subir las escaleras hacia el Sacré Coeur pidiendo un deseo, y que al llegar al final había que voltearse, ver Paris y soltar el deseo al universo para que se cumpliera. 

Paris no es ni de cerca una de mis ciudades favoritas, si fuera hombre diría que le faltan curvas, es bonita si, hermosa es un calificativo mas adecuado, pero no tengo feeling con ella, no encuentro mi lugar caminando por esas calles, ni en las largas filas para ver la Mona Lisa, ni en las riveras del Sena. De repente, un milagro… Montmartre se hizo presente, en pleno invierno, a unos cuantos grados en negativo, los techos nevados, olor a crêpes y chocolate caliente y detrás del Sagrado Corazón esa plaza de películas llena de pintores, lienzo y paleta, viajeros, turistas y curiosos, y al fondo difuminada entre nubes, la Torre Eiffel.

Al terminar de subir las escaleras, pedí mi deseo, ese que se cumpliría si se formulaba según las instrucciones, mire la ciudad, agradecí estar ahí y seguí mi camino para la iglesia. Sin escatimar en palabras es espectacular, el color, los vitrales, los mosaicos del techo, la ubicación privilegiada, todo ahí estaba dispuesto con milimétrico cálculo con el único fin de maravillar.


Al salir de ahí, fuimos a dar la vuelta por el barrio, pasamos a comer las consabidas crêpes, caminar por las estrechas calles que aun conservan las piedras del siglo XII, a respirar un poco de la vida bohemia que dio albergue a Toulouse-Lautrec, Degas, Renoir e incluso a la música de Erik Satie. Al bajar nos encontramos con el popular Moulin Rouge y una enorme estela de turistas que querían ser protagonistas de esas fotos junto al conocido cabaret.

De Montmartre me traje el recuerdo de unas calles empedradas, unos techos nevados, esa imagen lejana y diluida de la Torre Eiffel, un carrusel detenido, un funicular en cremallera que evitó que subiéramos mas escaleras, un cielo azul gris que dejaba sentir el portento del invierno. Esos pintores en la plaza que dejaban admirar a través de sus oleos en todas las estaciones los colores de la ciudad, ese olor a chocolate en taza, esa experiencia de pedir un deseo con instrucciones.

Paseé también por Notre Dame, me imaginé en el Sena el Paris de Dumas y Los Tres Mosqueteros, me subí al metro y tome vino francés, para confirmar una vez mas que todo es exquisito pero no tengo identificación con la ciudad en general. Aun así, Montmartre me cautivó, me dejó caminar sobre su historia, me permitió ver la ciudad desde la perspectiva del arte de la calle, me dejó respirar el invierno a través de un deseo que seis meses después se cumplió.

Johana Milà de la Roca C.

Comentarios

Entradas populares