Huyendo de la navidad... Mas historias de aeropuertos


Todavía no sé si yo busco historias o ellas me buscan a mí, el caso es que menos mal que ocurren porque así siempre hay algo que contar.

Esto pasó un diciembre, cuando huyendo de la Navidad decidí embarcarme a Orlando, como siempre buscando vivencias y experiencias diferentes. La “fiesta” comenzó en el aeropuerto cuando me dijeron que mi vuelo tenía nueve horas de retraso. Estaba viajando a Miami vía Puerto Rico porque no había conseguido un vuelo directo.

Le pedí al supervisor de la aerolínea que me anotara en la lista de espera del último vuelo directo a ver si tenía suerte, me anotó con una sonrisa burlona en su cara de “esta ilusa cree que embarcará en el directo”. Me imaginé su rostro descompuesto cuando me asignaron el asiento, porque sí logré tomar ese vuelo lo que reducía considerablemente la demora de nueve a tres horas nada más.

Yo no recuerdo ningún viaje en el que no haya corrido maratones en los aeropuertos, éste por supuesto no fue diferente. Debía llegar a la estación de buses antes de las once de la noche para seguir mi camino a Orlando, aterricé a las nueve, pase migración y aduana y a correr. Llegué a tiempo, mi alma, como siempre, un poco después y en ese bus comenzó el verdadero viaje. Ese, donde la gente que se atraviesa por “casualidad” en el camino te cambia tanto la perspectiva que sólo queda agradecer por tal proporción de genialidad.

Una pareja de señores cubanos que iban a ver a sus nietos por las fiestas, se sentaron a mi lado y comenzamos a contarnos nuestras historias particulares, de balsas y aviones, de caminos y juegos de dominó, de cervezas y amores. De repente, en Ft. Lauderdale al bus lo detuvo la policía, se montaron y comenzaron a pedir documentación a todos los pasajeros, los señores que estaban delante de nosotros fueron detenidos por ilegales y se los llevaron esposados.

Luego de cinco horas de viaje en la madrugada, unos adorables abuelos enamorados de sus nietos, conversaciones de camino que recordaré como si me las hubieran contado hace un rato, una parada para tomar un café muy malo, un cuento policial muy Hollywood y muchas ganas de continuar huyendo de la navidad, llegué. Los señores se despidieron con abrazos y bendiciones, justo en momentos donde la fe por la humanidad está en estado catatónico, los milagros existen y son cotidianos, no son eventos aislados y poco asistidos.

Las cinco de la mañana del día siguiente, un amanecer despuntando entre amarillo, naranja y morado, un frío que calaba a pesar de los abrigos y mi familia esperándome para comenzar la rutina agotadora de “un día un parque” que conlleva estar en las tierras de los dibujos animados. Ellos habían viajado tres días antes y estaban acoplados al ritmo de las atracciones, se levantaban temprano, hacían la comida para el día… rutina de vacaciones.


No había dormido nada, estaba agotada; aún así llegué al hotel, me duché y salimos al encuentro con alguna historia fantástica, de esas que sólo habitan en los parques de diversiones y que mantienen vivo el espíritu de la imaginación, que distraen y abstraen de la cotidianidad un rato. Sigue sin gustarme la Navidad, pero pasar ratos diferentes hace que sea más llevadera la época. Insisto, los milagros son de todos los días, no de fechas específicas.

Comentarios

Entradas populares