Scarbourogh


Hay lugares que se quedan para siempre en el espíritu y en la mente del viajero haciendo converger fantasías y realidades en un solo sitio. Eso me pasa con Scarborough.

Llegué ahí por “casualidad” en un viaje por tierra vía Escocia y quedé impactada, enamorada más bien del lugar. Es un pueblo pequeño de la costa este de Inglaterra en el que la mayoría de sus comercios sólo operan en verano y era febrero, había muy pocos locales abiertos, los suficientes para comer fish and chips y comprar uno que otro suvenir.

Hay un balneario larguísimo, en donde en ese momento había niños jugando futbol con sus papas, señoras leyendo en sillas de extensión, gente en general paseando a sus mascotas. Todos muy tapados con abrigos, bufandas, gorros, botas porque la temperatura estaba muy baja y tuve la idea de quitarme un guante y tocar la arena que estaba compacta y era oscura… qué frío!

Scarborough tiene dos avenidas principales, dos transversales y una colina que parece sacada de un cuento del Rey Arturo, a medida que se asciende el camino se vuelve más hermoso, una iglesia pequeñita hecha de piedra ahora mohosa con inscripciones de mucho tiempo, detrás un cementerio por el que se puede caminar y ver lapidas verdosas que datan del siglo XIV, XV y XVI y unas valientes florecitas blancas que luchaban contra el invierno y decidieron salir a alegrarle la vista a los viajeros que pasábamos por ahí.

Al final de la colina terminé de filmar mi propia película histórica con caballos, carretas, espadas y caballeros de la mesa redonda cuando me encontré de frente con la ruinas de un castillo imponente que se alza fuerte e intrépido ante el hermoso espectáculo marino que tiene al frente. Entré y caminé entre esas piedras que en algún momento albergaron armaduras y cascos de caballos valientes, hombres de las cruzadas y damiselas en peligro, o sólo algún fraile borrachón o un sheriff injusto que le cobraba impuestos a los pobres aldeanos.

El espectáculo es magnifico, esa enorme e incompleta masa pétrea se rinde ante el verde de la colina y le da paso a la vista mas privilegiada del lugar, esa donde se puede ver a los pelicanos pescando y el atardecer en un día claro, la playa en toda su extensión, el cielo amplio y observador espiándolo todo. Ese castillo a la mitad fue testigo de la separación del reino británico y la iglesia católica, presenció la decapitación de un hijo de Edward II, dos guerras civiles entre Escocia e Inglaterra y ahora es el suspiro de los enamorados que van, la emoción del historiador que llega, el campo de juegos del niño que anhela ser rey.

Este hermoso y cálido pueblito, con su belleza particular, con su historia contada en el medioevo, con castillo y las olas rompiendo en el acantilado, con la fuerza de unas murallas de piedra que dejan traspasar la imaginación y convertir ese regalo del pasado en las fantasías de los visitantes, esos fish and chips con vinagre de vino, sus pocas calles permiten que todos seamos parte de un aire diferente lleno de vitalidad, de una paz sin apuros, de un paseo que vale la pena vivir a cada paso.

Me prometí volver, a pasar mi luna de miel, a tomar fotos, ver nuevamente esa playa enorme de arena oscura, a vivir la historia de esas piedras, a respirar ese aire puro, a enamorarme de nuevo de ese lugar que impactó en mis pupilas y en mi corazón.

Johana Milá de la Roca C.

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