Entre lo natural y lo impersonal de los aeropuertos
Rondar aeropuertos es una práctica que deja al viajero leer a los demás pasajeros, ver en sus caras la angustia, la alegría, la desesperación o el miedo, la tristeza, la nostalgia. Las emociones son diversas y es en un aeropuerto donde las personas se dejan ver las costuras, cualquier inquietud se refleja con una soltura poco frecuente en la cotidianidad.
Me encontré observando, admirando, aprendiendo de un montón de viajeros en el aeropuerto de Newark, incluso tuve la fortuna de que me confundieran con una brasilera y me quitaron de encima el estigma de belleza de mi país, fue un honor y un alivio. La gente en los aeropuertos se ríe fácil, se sincera, se transparenta, se humaniza, se convierte en ese hombro entrañable de desahogo con el otro, con el desconocido, con el que se llevará tu historia para no devolvértela jamás.
Se fueron los pajaritos, me quedé leyendo y el paisaje me regaló una vista hermosa, colada entre nubes, llena de agua lejana se veía Manhattan, imponente y a la vez tan frágil, tan vulnerable a la lluvia como cualquier otro paraje.
Volví a mi lectura, a los llantos de los niños cansados, al recuerdo de un concierto que acababa de presenciar en una ciudad cerca de ahí, a lo alocado y corto de ese viaje, a los suspiros de los enamorados que se acaban de encontrar, a los llantos de los despechados, a los sustos de los que toman un avión por primera vez, a los amigos a corto plazo que se hacen en el tiempo transcurrido en la sala de embarque de un aeropuerto.
Johana Milá de la Roca C.
Johana Milá de la Roca C.
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