El día que Depeche Mode tomó Atlantic City

Lejos de lo que contara Leonardo Padrón en su crónica de cómo Madonna tomó Medellín, Depeche Mode no movió ni un ápice la quietud de Atlantic City, ni se sentía el ambiente de fiesta de que ellos estaría en la ciudad ese día. Pero mi tranquilidad estaba ausente, mi emoción no cabía en los escasos metros de una habitación de hotel, mis ganas de reír eran infinitas, mi felicidad era incontable de lo inmensa, porque iba a presenciar un clásico de la música, porque estaba en una ciudad nueva para mi, en un lugar lleno de energías diversas y deliciosas, un mar espectacular, un cielo a veces azul a veces nublado.

La primera impresión fue llegar y ver la línea de hoteles inmensos custodiando el mar, detrás de estos colosos de la hostelería se percibe una ciudad pequeña y tranquila, llena de población diversa y brisa marina. Al llegar al hotel la percepción de sencillez perdió brillo y entré en un mundo de opulencia, lamparas de lágrimas, escaleras adosadas, alfombras que llevaban a historias del siglo XV y al terminar de subir las escaleras, un enorme y convulsionado casino.


 
 


Esa primera noche, el día antes de ver a Depeche Mode, salí a recorrer el boardwalk, a comer, a respirar esa brisa marina, las caminerías de madera que acceden a la playa y justo frente al antiguo puerto, hoy sede del Miss USA, una banda de Jazz hizo vibrar el boulevard, se llenó de sonido el espectro, se nubló de solemnidad el lugar, se convirtió en magia el momento. Después de comer, aún con la sensación de bruma musical bien interpretada, tocó dormir para empujar el amanecer y así estar más cerca del objetivo: Depeche Mode.

Amanece, llega el desayuno, la playa en su vivo color atlántico, el olor a salitre mezclado con las risas de los niños corriendo en la orilla, se escapa el verano dando sus últimas pinceladas de calor, me quito los zapatos y me escabullo en la fría espuma y dejo que mis pies se llenen de esa energía marina que recarga baterías, sigo descalza al encuentro con un amigo que hace tanto no veo. No moja sus pies, pero me espera y de ahí nos vamos a caminar el resto del boulveard hablando de todo y de nada.

Atlantic City me tiene enamorada, me atrapa, su energía me hipnotiza y aún no he vivido esa experiencia musical que fui a ver. Entre casinos, almuerzos, mas boulevard, mas playa se hace la hora de partir a ver a la banda que me hizo tomar dos aviones y un largo trayecto en carretera. El lugar es imponente, la sala es extraordinariamente grande, la acústica ensordece.























Depeche Mode ha dado un concierto inolvidable, el sonido, la selección de canciones fue la mejor, la voz, la simpatía, el derroche de luz, de sonido imponente, de magia en escena, de magnifico performance simplemente invade mis emociones cada vez que lo recuerdo. Ellos no tomaron la ciudad, ni había alboroto por la presencia de la banda allí, no se paralizaron las actividades regulares del lugar, ni la vida local giraba en torno a ellos, tal como pasó en la crónica de Padrón con respecto a Madonna en Medellín, pero tomaron un pedacito de mi historia viajera y la convierten en melodía y sonrisas cada vez que acude al recuerdo.

Johana Milá de la Roca C.

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