Viajar es una quimera

En un estado de angustia perpetua, en una interacción con la cotidianidad inentendible, en un letargo colectivo apaciguado por el vaivén de unos precios orbitales y el permiso de descuento obligado para comprar lo innecesario transcurre la vida de miles de personas que no parecen pisar al caminar, sólo flotan en una bruma de sucesos que no impresionan de tan seguidos. Mientras tanto, a sólo kilómetros, a metros, al lado o uno mismo, padece las deficiencias de lo que no se ve porque la espesa niebla, que ya pisa en tiniebla opaca lo vital.

En Colombia, una venezolana pide su cita para sacar un pasaporte, un documento necesario para darle continuidad a su estadía en el extranjero. Le informan que la falta material podría retrasar su documenatción hasta cuatro meses, quizás más. Solicita entonces cita en su país, ¿cómo no confiar en los servicios de extranjería de su país? Le confirman que debe estar en Caracas a finales de noviembre para concretar la diligencia. Hasta ahora la fe y la confianza han sido medianamente reforzadas ante la "facilidad" con la que han fluído las cosas.

A ese punto está el colectivo venezolano, al punto del conformismo solidario de pensar que si algo sale medianamente bien entonces está bien. Pero no todo está tan bien, los caminos de fácil tránsito parecen ser los incorrectos. Tras tantos años represando el instinto consumista natural de los seres humanos y una vez roto el dique, se ha desatado una epidemia espantosa de consumo no necesario, a estas alturas ineducables que, a lo lejos no se vislumbra solución.

Como consecuencia, no hay nada en los anaqueles de lo consumible por las masas adoradoras de este reality show con pseudónimo de país, y entre los bienes y servicios mas preciados y por eso mas escasos se encuentran los boletos aéreos, y quien por suerte los consiga debe pagar fortunas por ocupar un asiento de avión.

La emergencia médica de un paciente que debe ser tratado, aunado a la necesidad de obtener un documento con el cual mantener su estatus de residente en el país vecino al suyo, sin la suerte ni la fortuna de poder conseguir cómo llegar en un  viaje de cortos tres días. No sólo se rompió el dique sino que se desbordó el río de la desesperación contenida en un ídolo de luz, cámara y acción.

Viajar, comprar, respirar, vivir en Venezuela es una quimera.

Johana Milá de la Roca C.

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