Desde la ventana del avión

De esas experiencias de viajes en las que dormir está demás, iba pegada de la ventana del avión como una niña expectante, abriendo mis ojos ante la admiración de ver desde el aire mi geografía nacional, mi pedazo de cielo en la tierra, una bendición perdida en las ambiciones de pocos para detrimento de muchos, un tesoro hallado y vuelto a perder.

El avión despegó bordeando la linea costera del oriente venezolano y pronto se separó del mar, pude ver, montada en una nube, el paso por un pedazo de los llanos orientales, luego la Laguna de Uchire, Higuerote y media hora después del despegue me encontré con el pico Naiguatá. Supe que estaba cerca de Caracas, y como mentor de todas mis crónicas, recordé a Padrón cuando dijo que la Sultana del Ávila tiene buen lejos, si que lo tiene. Estaba despejado y la ciudad de veía pequeñita, distante, bonita.

Esa silueta del Ávila me hace suspirar cada vez que la recuerdo, desde cualquier angulo es el referente de los caraqueños para la evocar la belleza. Cuando desde el aire me encontré con el nacimiento de la Cordillera de la Costa, con la montaña despejada, con el sol picándole el ojo, con ese verde intenso, con esa sonrisa que siempre me quita de la cara solo con estar ahí siempre en el norte, supe que todo iría bien.

Iba en el aire, mirando desde la distancia el Lago de Valencia, Maracay, un pedazo de los llanos, pensando en la huida que recién acababa de emprender, dejando en esa geografía mis afectos, mi familia, volando hacia lo incierto,con la linea del Mar Caribe siempre a mi derecha, distante pero a la vista, hasta que pasamos por encima de la cuenca del Lago de Maracaibo, ahí es donde se afirma que la naturaleza es sabia y poderosa, emprendedora y artista y uno, el simple mortal que lucha por destruirla.



Volando sobre la Sierra de Perijá sabia que estaba en la frontera con Colombia y bordeando el azul atlántico vi el Tairona y la Sierra Nevada de Santa Marta. Seguí hasta el infinito la silueta zigzagueante del Magdalena, saludé a Barranquilla con un cariño inmenso y pase por encima de mi Cartagena querida, mandé besos a la heroica desde el recuerdo de tiempos muy felices y seguí volando.

Al sobrevolar Colón, supe que ya estaba en Panamá, media hora mas y estaría aterrizando en, lo que según mi boleto aéreo, era mi destino final. Como siempre, al bajar el calor inundó el espacio, pase por migración y fui en busca de mi equipaje. Agradecí que todo hubiera salido bien y al pisar la calle entendí que mi vida estaba dando un giro, que los cambios siempre son para bien y que lo mejor está por pasar, pero ese vuelo hermoso que me permitió ver desde el aire, desde mi nube particular buena parte de mi geografía nacional, apreciarla, amarla y despedirme en paz, es parte de mi acervo viajero, de los recuerdos que llevaré conmigo a donde sea que vaya.

De Venezuela, quisiera que Leonardo Padrón se equivocara, que dijéramos todos que no solo tiene buen lejos sino que también tiene un hermoso acercamiento.

Johana Mila de la Roca C. 

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