Tombreck - En pleno corazón de Escocia
Lo
más atractivo de viajar, al menos para mí, es poder percibir los olores y
sabores de cada lugar, poder tocar la tierra, la arena, las plantas, llenarme las pupilas de los diferentes colores, los intensos azules del mar, los azules
verdosos de los ríos, los enigmáticos colores oscuros de los lagos, los verdes
de la vegetación, perderse en los ojos de algún viajero, de algún niño, de
algún poeta. Es fascinante ver como las personas de diferentes lugares abordan al mundo, es incursionar en la burbuja particular de alguna población y
permitirse ver todo desde otra perspectiva.
Atravesar
Escocia fue adentrarse en una particularidad hermosa, en la que además de tocar
la tierra, sentir el frio y maravillarse con los rayos del sol colados en las
nubes, tuve oportunidad de convivir con seis personas más que hacían esta
travesía conmigo y aprender tanto de las Tierras Altas y los kilts como de mis
compañeros de viaje. Éramos siete espíritus libres buscando algo, siete almas
enamoradas de una tierra fabulosa que nos dejó pasar a tomarnos una pinta,
disfrutar del frio, de su gente, de sus colores y de sus juegos del medioevo.
Los
nombres de cada pueblito me tenían encantada, las primeras noches dormimos en
uno llamado Pitlochry y allí encontramos la destilería de whisky más pequeña
del país. Cerca otro pueblito, emblemático por su historia independentista que
se llama Kilikrankie. Y así continuamos el recorrido hasta llegar al Museo del
Chocolate en Aberfeldy, ese olor está guardado en mi memoria tanto como el
lugar en sí, es de esos sitios que se meten en la maleta de la remembranza. De
allí en adelante el paisaje nos arropó, era una obra de arte continua, una
perfecta combinación de verdes de los árboles y del musgo pegado en las
piedras, el gris de las nubes con el gris de las rocas del camino, el azul de
algún lado del cielo que no se quería dejar tapar por las nubes con el azul
intenso del Lago Tay.
Íbamos
camino a Killin, un lugar que según los mapas tiene un stone circle, una mini
versión de Stonehenge, que nunca encontramos por cierto, cuando nos
topamos con la entrada de una huerta y pasamos a preguntar por la información
que andábamos buscando, costumbres y actividades de ese camino lleno de
vegetación y granjas esporádicas y Tombreck nos atrapó.
Nada
más llegar y admirar el panorama ya era una ganancia, el paisaje es tan
sublime, los colores están tan complementados y el espacio ahí es tan grande
que nos enamoramos todos de todo, de la siembra, los animales, el lago al final
del terreno, el desorden de la construcción de las casas, no están ni alineadas
ni son del mismo estilo, cada una fue hecha a capricho por sus habitantes y eso
hacía aún más acogedor el lugar.
Tombreck
resultó ser una especie de cooperativa, los dueños de esas tierras son una
sucesión de muchos hermanos que viven en las ciudades grandes y sólo uno de
ellos se quedó allí a trabajar la tierra. Con un permiso de habitabilidad y
ganas de integrar a las comunidades, brindarles facilidades de vivienda y
entendiendo la necesidad de hogar de muchas personas, se establecieron en ese
espacio diferentes familias que han ido construyendo sus casas, sembrando sus
cosechas e intercambiando sus productos con los integrantes de esa comuna y con
el resto de las familias que viven por fuera de Tombreck.
Nos
recibió la hijastra del dueño, y nos explicó un poco la actividad de la granja,
pero nos pidió que esperáramos a su mamá, pues era ella quien nos daría la
vuelta por el terreno y nos hablaría de todo el funcionamiento. Al empezar la
caminata entramos en el área del invernadero, primer lugar de Escocia donde
hacía calor, estaban curando un sembradío de lechugas que les había caído
plaga, cerca había un charco con una cerdita muy simpática y un montón de patos
escandalosos. Llegamos al umbral de la casa principal, una construcción que
data de principios del siglo XIX. El dueño es un señor que parece sacado de una
película, con una incipiente calvicie y cabello creciendo hacia los lados, con
botas de lluvia y mirada distraída; nos contó que él fue el único de sus
hermanos que decidió seguir adelante con la sucesión y poner a producir las
tierras heredadas.
Nos
explicaron que todo lo que se siembra allí es consumido por ellos mismos y el
resto es vendido en el mercado semanal en la plaza de Killin, el pueblo más
cercano. Avanzamos y fuimos conociendo a las familias que ahí habitan,
tropezamos con un señor que trabaja con la reforestación de los bosques
locales, nos contó cómo calculan la edad de los árboles, deforestan para
construir casas y hacen donaciones de madera a los lugares que más lo necesiten
y luego invitan a las escuelas locales para que los niños participen en nuevas siembras de árboles. Tuvimos la oportunidad de ir con él y su equipo a
ver todo el proceso de reforestación en un campo cercano, el almacenamiento de
los árboles talados, jugamos con su perro que estuvo todo el tiempo con
nosotros, nos mostró los troncos que serían donados a diferentes instituciones.
Es una labor por demás loable, fascinante y edificante.
La
esposa del dueño es arquitecto y diseñó un lugar de actividades múltiples justo
al lado de la casa del guardabosque, es todo de madera perfectamente trabajada
y huele a barniz, fue pensado para el entretenimiento y la salud de los
habitantes de esas tierras en el que se imparten clases de yoga y baile. En el
segundo piso hay un taller de pintura en el que cualquier persona puede ir a
desarrollar sus aptitudes artísticas. Más adelante hay un pabellón donde
celebran fiestas, bodas, año nuevo y siguiendo hacia adelante se llega al Lago
Tay que surte de agua a toda la granja, este lugar se llama The Big Shed.
Justo
ahí, en el sendero que lleva al lago, dejando detrás las casas, hay un punto
donde se puede ver todo el paisaje, los colores intensos de cada elemento que
componen este espacio. Las nubes habían dejado un lugar para ver el celeste
cielo hacer juego con el azul enigmático del lago, el verde de las plantas era
vivo, intenso, contrastaban en perfecta sincronía con el marrón de la tierra, y
soplaba una brisa fría que entonaba acordes musicales con los matorrales y los
árboles, con el agua de lago, con el cielo. Un lugar mágico en el medio de un
país que desborda encanto.
Llegó
la hora de partir, había que continuar el camino hacia Killin y luego a los
Trossachs donde pasaríamos esa noche. Escocia nos enseñó mucho, hallamos tantas
maravillas juntas que es un destino recomendado para todos los viajeros que
deseen un encuentro directo con una naturaleza receptiva y preciosa,
quedándonos con Tombreck como el ejemplo de una comunidad queriendo vivir en
paz y devolviéndole a la naturaleza lo que nos da para vivir, lleno de gente
hermosa y dispuesta a mostrar que es posible la convivencia sin irrespetos
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