Siurana, el último reducto árabe
“Desde
Siurana se ven soledades; / ella es una impasible soberana /
dominando los buitres y los riscos”.
Josep
Carner (1884-1970)
La
Reina Adbelazia, al verse sitiada por los colonizadores cristianos se
montó en lomos de su caballo y se precipitó por el abismo. Casi
todo su pueblo había sido aniquilado por las fuerzas conquistadoras
y al saberse derrotada cabalgó hacia su trágico final, aún hoy se
pueden ver las marcas de las herraduras en la roca.
La
comarca del Priorato, resguardada por la Sierra de Gritella, fue el
último territorio de taifa en ser conquistado en toda Cataluña
después de casi trescientos años de ocupación. Siurana,
establecida en la cima de la sierra de Montsant, se alza orgullosa
ante una majestuosa compilación de paisajes idílicos, a lo lejos
los picos nevados de la Sierra del Prades, una vista panorámica de
antología en la que los acantilados se muestran entre el miedo y la
admiración, un pueblito con poquísimos habitantes, y unas nubes que
juegan siempre con la luz para descubrir los más exquisitos rincones
de ese recóndito y hermoso lugar.
Siurana
fue construida sobre esa cima con el reto de perder para siempre el
miedo a las alturas, los despeñaderos inspiran respeto pero seducen
por tanto encanto, la diversidad de montañas, la nieve al fondo, las
nubes haciendo almohadas sobre las cimas, la arquitectura de piedra,
los fríos vientos, la irregularidad de las losas de roca, los restos
del castillo de la reina mora, el lugar desde donde saltó con su
caballo y a lo lejos, el embalse homónimo que se siente seguro ante
la mirada vigilante de su pueblo desde lo más alto. Caminar por esas
calles genera esa fantástica sensación de ir sobre los pasos de la
historia, revive a través de sus ruinas, sus casas, su iglesia
(referencia inequívoca de la conquista cristiana sobre territorio
moro) y sus calles empedradas, la vida de tantas personas que al
pasar de los siglos han transitado y escrito un pedazo de ese cuento
maravilloso.
Adbelazia
era la reina mora más hermosa, lo que generaba recelo e intriga
entre los conquistadores que sólo habían escuchado historias
diversas de la magia impactante de la soberana, de su poder y su don
de mando, de su fuerza y voluntad férrea, de su bondad con los
habitantes de sus tierras, de su coraje. Rompió los esquemas
establecidos de mujer sumisa y sometida, asumió el rol de reina
gobernando en las largas ausencias de su esposo, el rey Almemoniz,
manteniendo alejados de la fortaleza de Siurana a todos los que
quisieran tomar control de esas tierras. En el momento que un
habitante de la villa los traiciona, los cristianos entran, masacran
y acaban con el pueblo entero y ella, antes de rendirse, se subió al
lomo de su caballo y saltó al precipicio, hoy ese espacio se llama
el Salto de la Reina. Su cuerpo fue encontrado y sepultado con los
honores correspondientes a su estatus y valentía. Se cuenta que en
noches de luna llena se puede ver la silueta de la reina cayendo al
abismo y si se presta mucha atención se puede escuchar el relinchar
del caballo. Su historia, valentía, voluntad y entereza han
sobrevivido a los siglos y son un referente de la lucha femenina
sobre los estereotipos institucionalizados que anteponen el género a
la gestión.
No
sabía la reina mora, ni los colonizadores que tantos siglos después,
la estructura del pueblo seguiría estando casi igual a como la
dejaron, que Siurana sería el albergue de viajeros, montañistas,
escaladores y visitantes curiosos que se encuentran al llegar con un
castillo árabe en ruinas donde habitó la admirada Adbelazia, unas
casas adoquinadas que datan de los tiempos de la reconquista, unas
callejuelas empedradas con evocaciones románticas, un mirador
natural que permite perderse entre la imaginación y la belleza, unos
acantilados que juegan con el vértigo y las ganas de aventura de los
curiosos visitantes. Siurana es un enclave mágico, un espacio pleno
de aire muy puro, que permite detenerse sobre las rocas en la cima de
esa montaña y estar unos metros más cerca del cielo.
Johana
Milá de la Roca C.
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