el pulgar de David Hume... Salvador del mundo

Dicen que tocarle el dedo del pie a la estatua de David Hume te hace volver a Edimburgo. Ese recordé cuando por segunda vez toqué el dedo del filósofo doce años después. Me rencontraba con la “Ciudad del fin del mundo” con “La Atenas del Norte”, con una hermosa metrópolis que ya una vez me recibió con los brazos abiertos y se dejó adorar nuevamente.

Entre caminatas por Princess Street y los gaiteros de calle que hay en las esquinas de la Galería de Arte, me fusioné en ese ir y venir de buses y gente disfrutando del día, acostados en las bancas del parque leyendo o echados en el césped tomando sol, aproveché de entrar al Castillo, de ir a la fabrica de Kilts y de conocer un montón de iglesias que han sido convertidas en galerías, cafeterías, museos y discos.

Bajando un poco mas adelante al final de High Street me encontré con la esquina del “Fin del Mundo”. Cuenta la historia que las murallas que separaban a Edimburgo del resto del mundo estaban establecidas en esa esquina y todo el que intentaba cruzarlas moría tratando. Ahora ahí hay un restaurant que se llama “The World’s End” que solía ser una caballeriza del siglo XIII y ahora un pub en donde lo mejor es tomarse una buena pinta.

Después de aquí concluí que a las ciudades hay que visitarlas varias veces, para cubrir lo que ha faltado de las oportunidades anteriores, en Edimburgo hay que caminar por la playa de Portobello, hay que ir a la Universidad, caminar el Centro, los jardines de Princess Street, hay que dejarse enamorar por el ritmo de la ciudad, por las tienditas que venden souvenirs, por la nota literaria que siempre esta presente al andar. Hay que respirarla, inspirarla, saborearla y llevársela en el equipaje para admirarla cada vez que se necesite.
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